
Patrimonio: Una mirada integradora*
Por el Arq. Roque Gómez, asesor honorario de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos para la Provincia de Salta.
Si hemos de atenernos al origen latino de la palabra Patrimonio, pater, patris; (padre) y onium (recibido) debemos entenderlo como la “herencia o legado de los padres”. Se refería en principio, a las cosas materiales, por ello también se les decía “bienes” es decir, el conjunto de cosas que una persona posee, adquiridas por cualquier título, aquellas susceptibles de obtener algún beneficio económico, de sacar algún rédito. Por extensión se consideró a “la herencia que recibimos de los padres, los abuelos o los antepasados”.
Posteriormente, dentro del marco del movimiento romántico de principios del siglo XIX, se sentaron las bases de que ciertos patrimonios encerraban otros valores, además de los económicos: El valor histórico y el valor estético. Ello significaba que se comenzaron a conservar aquellas grandes obras, ligadas al poder económico, político o religioso en forma individual, aislados del contexto.
En la Argentina, a principios del siglo XX y siguiendo este criterio, se conservaron principalmente aquellas obras relacionadas a hechos o personajes de la vida política, a veces por que alguno solo había saludado desde su balcón o supuestamente bailado en sus salones, dejando generalmente de lado, verdaderas obras de arte a las que –como dice la canción de Serrat- “La guerra por no pasar no pasó”.
De todas maneras estas y otras obras, si bien tenían un dominio, una titularidad concreta, (privado, municipal, provincial, nacional) tenían además una connotación simbólica y de significación para buena parte de la comunidad que las sentían como propias, por lo tanto le comunicaban mayor trascendencia y un valor agregado de significación. Es decir que se estableció una corriente afectiva entre la sociedad y estas obras. Se asistió a una socialización del patrimonio, a una apropiación afectiva y la generación de identidad. Esto es identificarse con estos bienes y sentirse representados por ellos, transformándose automáticamente en sus custodios. Basta pensar como suele identificarse a Buenos Aires con el Obelisco, a Paris con la Torre Eiffel, etc. situación que permitió hablar también de mI Barrio, mi Ciudad, mi país.
Ya a mediados del siglo XX se amplió el concepto en la valoración. Existían obras que no tenían grandes valores estéticos o “históricos”, que no eran los ejemplos emblemáticos de la belleza ni representativos del poder, pero que eran parte del conjunto y que conformaban con las otras una totalidad que se complementaban. Más aún, eran sencillas, modestas y hasta diría de poco valor económico. Eran la arquitectura colectiva que configuraba el hábitat en medio del cual se construyeron los grandes monumentos y que representaban a una parte importante y numerosa de la comunidad, entendiendo que todo el hábitat es al monumento lo que la familia es al individuo. El ámbito plural desde el cual se comprende lo singular.
Esta nueva consideración permitió que se incluyeran y consideraran no solo las obras “importantes” sino también aquellas que eran el producto de la creación popular, los conjuntos urbanos, surgidos muy lejos de los grandes estudios de los maestros y los arquitectos, construidos muchas veces por los propios usuarios y que encerraban una gran sabiduría y un encanto particular.
Así entraron a considerarse nuestro pueblos de los valles como Cachi, Molinos, Seclantás. Los propios materiales con que estaban construidos fueron revalorados por que significaban una inteligente utilización de los elementos de lugar, creatividad e ingenio para dar respuestas a las necesidades básicas en las restringidas economías. Significaba sin duda un profundo cambio conceptual, acostumbrados a que siempre se habían priorizado aquellos llamados materiales nobles como los mármoles, metales, cristales, maderas finas, etc.
Así el patrimonio comenzaba a estar entre nosotros, a acompañarnos en los momentos de todos los días. Asumió el carácter de memoria colectiva más cercana: Ese edificio que veo todos los días me recuerda algunos hechos, las pequeñas anécdotas, algún personaje cercano y querido… Se transforma en un disparador para mantener viva la memoria cotidiana y a su vez la memoria le da un sentido especial y particular a la obra. De tal manera que sin estos valores agregados el edificio queda vacío de contenido, disminuido en su significación, por lo tanto pierde interés y valor. Solo pensemos en la diferencia que puede sentirse entre un patio cualquiera y el de la vieja casa de mi infancia donde el naranjo del fondo se transformaba en la espesa selva de Tarzán o de pronto en el desértico espacio del Oeste por donde cabalgaba en un palo de escoba…. Son las pequeñas cosas del mundo de las emociones y los sentimientos que le dan una especial particularidad y que luego se extienden también a mi barrio, mi pueblo, mi ciudad …. Me muevo no solo en espacios conocidos, identificados, sino también en espacios con referentes, por lo tanto queridos y hace falta que un día desaparezcan para sentir que una parte de mi mismo ha sido amputada. Es esa memoria que Luis Buñuel tan bien la describía cuando dice: “... y la angustia más horrenda ha de ser la de estar vivo y no reconocerte a ti mismo, haber olvidado quién eres. Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea sólo a retazos, para darse cuenta de que esta memoria es la que constituye toda nuestra vida. Una vida sin memoria no sería vida, como una inteligencia sin posibilidades de expresarse no sería inteligencia. Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento. Sin ella no somos nada…”(Luis Buñuel)
Esta necesidad de mantener los espacios conocidos, tan importante para la vida emocional de las personas, ya lo habían vislumbrado en otros lugares. Es el caso de Polonia, la Plaza de Varsovia, terriblemente destruida por los bombardeos de la guerra y que al finalizar se decidió su inmediata reconstrucción como una forma de reconstruir el ánimo y la seguridad emocional de las personas, además de se extraordinario valor como paisaje urbano. Mas cerca en el espacio y en el tiempo puede analizarse el caso de aquellos pueblos que en la provincia de Buenos Aires y el Sur de Santa Fe debieron ser abandonados y trasladados por los problemas que ocasionaron las inundaciones hacia los años 80 como Melincué, donde nadie murió ahogado pero si por grandes depresiones de algunas personas mayores.
Este invalorable cúmulo patrimonial se asienta en un espacio, en un determinado ambiente con una topografía particular que condiciona muchas veces la forma del poblado, que provee el material de construcción por lo cual le da un color, una textura y hasta condiciona ciertas resoluciones tecnológicas, por lo tanto los resultados formales con un paisaje urbano lleno de particularidades. Tiene un clima determinado, que define la flora y la fauna, que hace por ejemplo, que Cachi se diferencie sensiblemente de Orán. Las especies vegetales que crecen en uno y otro lugar son diferentes. Los árboles entran a formar parte importante entre el espacio construido, ponen su presencia y por esta razón cada lugar asume características particulares que los hace únicos e irrepetibles. Árboles que necesitaron años, quizás cientos, para adquirir su actual presencia y que hace falta solo un segundo de insensible como inconciente decisión para que los derribemos.
El hombre influyó durante incontables generaciones, transformando y modelando el paisaje a la vez que este era transformado y modelado por el ambiente, condicionando inclusive ciertos comportamientos humanos. Hoy hablamos de paisajes mixtos o paisajes culturales donde no es fácil ni lícito separar cultura y naturaleza y que con criterio advierte Hasán Fathy cuando dice:“…el arquitecto no coloca su obra en el espacio interestelar, sino en dos entornos, uno creado por Dios, el otro por el hombre; si no toma en cuenta el primero, es un pecado; si no toma en cuenta el segundo, es una falta de cortesía hacia quienes lo han precedido, (si estos, últimos han tenido en cuente, a su vez, el entorno creado por Dios…” (Hassan Fathy)
Pero los pueblos y las ciudades no son solo una acumulación más o menos armónica de edificios. Incluyen espacios no construidos como las calles y las plazas, que se transforman en lugares de encuentros. Albergan usos, actividades, se convierten en escenarios de diversas manifestaciones que los caracterizan y distinguen. Es decir que todo aquel patrimonio se ve atravesado asimismo por un patrimonio no material, intangible, son aquellas manifestaciones que no tienen un sustento material sino que corresponden a hechos, actividades, saberes, formas y maneras no físicas, que la tradición mantiene viva y se trasmiten de generación en generación por la fuerza de la costumbre.
Pueden traducirse en manifestaciones materiales como una comida, una partitura, una artesanía, un baile, una procesión, un ritual, pero los portadores de este patrimonio son las propias personas. Dura lo que dura la vida de una persona a menos que sepan trasmitirlas a sus descendientes, por lo tanto de una gran vulnerabilidad que exigen un gran respeto por tratarse casualmente de personas.
Visto así el patrimonio hay adquiere una gran dimensión: patrimonio material, patrimonio ambiental y patrimonio intangible son absolutamente indivisibles, funcionan como un complejo y equilibrado sistema de relojería donde no es posible alterar una parte sin afectar el todo. Estoy entonces hablando de un patrimonio que debe merecer una conservación respetuosa y sustentable.
Ahora bien, debemos entender que este patrimonio que nos hace únicos e irrepetibles, es nuestro. Que la comunidad es la dueña primerísima y por lo tanto responsable de su conservación, de ejercer el cuidado entre todos. No debemos esperar que sea la autoridad de turno la que deba hacerlo, sino que es un deber y obligación de todos y de cada uno para sumar esfuerzos y solo una vez que así lo hayamos asumido, recién estaremos en condiciones de compartirlo con el visitante.
Y aquí volvemos al principio. El patrimonio es un bien susceptible de obtener beneficios y ganancias, pero debe ser entendido como una consecuencia y no como un fin. Si no lo hacemos así corremos el riesgo de tergiversar su esencia, de transformarlo en espectáculo vendible con escenografías inventadas, pintorescas pero falsas. De armar espectáculos para “afuera” anteponiendo y enmascarando los aspectos económicos sobre los valores culturales con la lamentable pérdida de autenticidad donde las personas se “despersonalizan” se convierten en “no personas”.
Este problema ya fue contemplado y analizado oportunamente señalando que “...El turismo excesivo o mal gestionado con cortedad de miras, así como el turismo considerado como simple crecimiento, puede poner en peligro la naturaleza física del Patrimonio natural y cultural, su integridad y sus características identificativas...” (Carta Internacional sobre turismo cultural de ICOMOS, 1998).
Enfocar el uso del patrimonio solo como fuente de ingreso puede significar que a la hora de evaluar los resultados, las pérdidas sean mayores que las ganancias. Una planificación insuficiente, las esperanzas sobredimensionadas de rápidas mejoras económicas -comprensibles a veces por años de postergaciones- , la confusión de apostar más a la cantidad que a la calidad, junto con mal entendidas reparaciones históricas ha llevado muchas veces a peligrosos cambios de comportamientos, pérdida de la privacidad, falta de espontaneidad, ruptura de las capacidades de tolerancia de los poblados con consecuencias sociales nefastas y la puesta en peligro de la integridad del patrimonio tangible e intangible.
Solo el manejo cuidadoso y sustentable puede asegurar un éxito equilibrado y permitir que se trascienda el valor patrimonial para pasar a una dimensión auténticamente social donde importa si el aspecto económico, estético, histórico y cultural, pero también importan las cuestiones relacionadas con el equilibrio social y emocional, la inclusión, la autenticidad, el respeto por la diversidad cultural y la pluralidad, la participación de los actores sociales, los derechos humanos, la seguridad y el fortalecimiento de los valores éticos. Esto significa abordar la problemática del patrimonio con una dimensión absoluta y auténticamente humana para que no tengamos que repetir la frase que acuñara Geoge Kibedi al referirse al turismo y medio ambiente: ”…El se humano durante incontables generaciones ha dejado de ser el padre amante de la tierra, su custodio y su cultivador y se ha desempeñado en cambio como un ladrón que ha dejado al planeta y otras comunidades humanas a la manera de un asaltante de caminos sin avergonzarse de ello y sin sentirse compungido..” (George Kibedi)
(*) Exposición en el panel del “Primer Encuentro de Miradas” realizado en Cachi, Salta, por el Día Nacional del Patrimonio Natural y Cultural Argentino. 6, 7 y Octubre de 2012.
UNTREF/AAMNBA, Buenos Aires, Argentina | catedraunesco@turismoculturalun.org.ar